¡Te vi llorar! Tu lágrima, bien mío,
en tu pupila azul brillaba inquieta,
como la blanca gota de rocío
sobre el tallo gentil de la violeta.
¡Te vi reír! Y un fecundo mayo,
las rosas deshojadas por la brisa
no pudieron copiar en su desmayo
la inefable expresión de tu sonrisa.
Así como las nubes en el cielo
del sol reciben una luz tan bella,
que la noche no borra con su velo,
ni eclipsa con su luz la clara estrella.
Tu sonrisa transmite la ventura
al alma triste, y tu mirada incierta,
deja una dulce claridad tan pura
que llega al corazón después de muerta.
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