viernes, 21 de mayo de 2010

Love song for a Vampire - Annie Lennox


Finalmente, llegamos a la tapia del cementerio y la escalamos con cierta dificultad dado que estaba muy oscuro y el paraje nos era completamente desconocido. Encontramos la tumba. El profesor sacó la llave, abrió la chirriante puerta y haciéndose a un lado cortésmente, aunque de manera impensada, me hizo un gesto para que le precediese. Había cierta ironía en la invitación, en esta cortesía de darme la preferencia en tan macabra ocasión. Mi compañero me siguió y cerró la puerta inmediatamente, cerciorándose primero de que el pasador de la cerradura no era de resbalón, de lo contrario, nos habríamos visto en un serio aprieto. Luego hurgó en su maletín, sacó una caja de fósforos y procedió a encender una luz. La tumba, durante el día, y adornada con flores frescas, había tenido un aspecto bastante lúgubre, pero ahora que habían pasado varios días y las flores estaban marchitas y secas, con los blancos pétalos ya de color herrumbre, y el verde se había convertido en marrón; ahora que las arañas y los escarabajos habían vuelto a tomar posesión de sus dominios; ahora que la piedra descolorida y polvorienta, el hierro oxidado y húmedo, el latón empañado y todos los sucios objetos plateados devolvían desmayadamente el resplandor de la vela, el efecto resultaba más sórdido y deprimente de lo que cabe imaginar. Sugería, irresistiblemente, la idea de que no era la vida -la vida animal- lo único que puede fenecer.

Drácula - Bram Stoker




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